Inmerso en un juego, donde el sonido de ambos palos, nos emocionaba, perdíamos la noción del tiempo, siempre para bien. Él ataca y yo defiendo, yo ataco y él defiende, la técnica Amazigh que sigue viva, el juego del palo, ese intercambio de golpes, de enganches, de técnicas mortíferas y a la vez repletas de hermosura.
Esos jugadores awaras, que juegan por diversión, esos maestros que enseñan su sabiduría sin temor, solo por amor al juego. Ambos, maestro y alumno, crean una simbiosis cultural y espiritual, el maestro enseña, el alumno aprende. Así la técnica sigue viva en el devenir del tiempo.
Las instituciones no apoyan los deportes canarios, aunque esté legislado. Pero unos valientes guerreros, que juegan un deporte ancestral, deciden hacer del tiempo y del espacio, un infinito juego, donde los palos, son los ejes de las abcisas y coordenadas. Un enfrentamiento lleno de respeto ancestral, donde los jugadores se fusionan con el terrero. El hermoso juego del palo.
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